En el verano de 1996, en las riberas del rio Kondoma, se forjó el espíritu y el ‘corazón’ del nuevo emperador del mediocampo ruso. La familia Golovin recibía en casa las sonrisas de Aleksandr, el pequeño que estaba destinado a soñar en las huestes de su selección nacional.
De carácter fuerte, siempre determinado a luchar cada balón, Golovin, con 1,80 de cm de estatura, conquistó de a poco a la afición de su país. Velocidad, fuerza, entrega y gol han sido sus cartas de presentación.
El primer capítulo lo escribió en las páginas del CSK de Moscú, el ‘Rey’ de la SuperLiga rusa. Con el número 17 a cuestas, el talentoso volante demostró la magia que guarda en su botín derecho.
El 7 junio de 2015, bajo el viento cálido del crepúsculo del verano ruso, el volante de 18 años saltó al terreno de juego para dar el puntapié inicial con la selección. Fue un debut soñado; victoria y primer gol con el escudo ‘Sbornaya’. Triunfo 4-2 ante Belarus en juego amistoso.
Casi 3 años después llegó el reto soñado para Golovin, ‘el artista’: dueños de casa, estadios a reventar y con la ilusión de conseguir la Copa. Arabia Saudita fue el inicio de las ‘pinceladas’ de Aleksandr, quien marcó trazos que recordaban el fútbol de antaño de la URSS, un arte que perduro en la historia del fútbol mundial, tal cómo lo hizo su homónimo en el siglo XIX con sus afamadas creaciones que fusionaban simbolismo y modernismo.
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