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Batistuta: el killer de Argentina


Crédito: Vecteezy

El fútbol es un juego (aparentemente) simple: veintidós seres humanos divididos en dos equipos intentan meter un balón dentro de un rectángulo con una red que lleva por nombre 'portería' y cuyas medidas —7,32 metros de largo por 2,44 de alto, de media— son lo suficientemente amables como para facilitar aún más el objetivo principal. No es (aparentemente) física cuántica, vaya.

Cuando volvemos a la realidad, sin embargo, la aparente sencillez resulta ser un acto complejo; me atrevería a declarar que, casi siempre, muy complejo. Atinarle a un espacio aparentemente gigantesco, en proporción con el encargado de resguardarlo y el balón, nos resulta frustantemente difícil. Son contados aquellos que poseen un mapa de la portería tatuado en la mente... y aún más importante, aquellos que logran coordinarlo con los pies. Gabriel Omar Batistuta (Reconquista, Argentina, 1969) forma parte de los elegidos que hicieron del esférico un compañero entrañable, de los pocos que parecían hablar el idioma del balón por la infinidad de veces que logró marcar desde cualquier ángulo y de cualquier forma. La mayoría de sus goles estuvieron precedidos por no más de dos toques: el primero para acomodarse el balón, el segundo para mandarlo guardar a la red. Muchas veces, al argentino le bastaba con un solo contacto con la pelota para mandarla al fondo de las mallas.

Los apodos, sobrenombres o epítetos son herramientas milenarias que se usan para elogiar o destacar las habilidades de una persona. En la Ilíada, por ejemplo, a Aquiles se le describe como "el de pies ligeros" y a Héctor como "el domador de caballos". En el caso del deporte, son pocos aquellos los que hacen justicia de manera constante a sus apodos.

El 24 de febrero de 1993 Argentina vence por penales a Dinamarca y obtiene la Copa Artemio Franchi.

El palmarés de Batistuta con la albiceleste, por cierto, no se limita a la infinidad de goles que anotó: 'Batigol' cuenta con dos títulos de la Copa América (1991 y 1993) y una Copa Confederaciones (1992). El Mundial, como a todas las generaciones de argentinos post-Maradona —al menos hasta la fecha—, se le resistió.


Un tanque de color violeta

A finales de 2014, Batistuta explicó en una entrevista que en el ocaso de su carrera sufrió tremendos dolores en las piernas; tan graves, de hecho, que 'Batigol' llegó a considerar la posibilidad de amputárselas. Su sufrimiento era tal que Batistuta confesó haberse meado alguna vez en la cama, a pesar de tener el baño a unos pasos de distancia, por temor a experimentar el dolor de apoyar el pie en el suelo.

A pesar de sus problemas físicos, provocados por la falta de cartílago y de tendones en las articulaciones, Batistuta alargó su carrera hasta los 36 años. Al retirarse, Gabriel había pasado una cuarta parte de su vida vistiendo el color que le definía: el violeta de la ACF Fiorentina. Entre 1991 y 2000, Batistuta jugó nueve temporadas en el estadio Artemio Franchi de la capital toscana. Allí disputó 332 partidos y acumuló 207 dianas: la cifra le convierte en el segundo mejor artillero de la historia del conjunto italiano, solo superado por el histórico delantero sueco Kurt Hamrin.

El amor de 'Batigol' por la camiseta lila se hace evidente en el gol que le marcó precisamente a la Fiore como jugador de la AS Roma, el equipo por el que fichó cuando finalmente abandonó la disciplina viola. Batistuta no comparte la emoción de sus compañeros en la celebración; de hecho, apenas si se inmuta. Su respeto por los florentinos es infinito.

En los tiempos de las botas oscuras y sobrias y de los balones austeros, desprovistos de tecnología innecesaria y rimbombante, Batistuta fue el estandarte de su club, al fin y al cabo uno de los modestos de Europa. Sobre el campo, Gabriel era un tanque capaz de convertir cualquier balón en un misil al fondo de la red; poseía una buena técnica y un carácter competitivo. Si me permites que sea cruel, digamos que 'Batigol' no solía "hacerse un Higuaín".

Fuera del campo, además, Batistuta siempre se ha comportado como un caballero. Cuando se enteró que Messi estaba a un gol de igualar su récord en la selección argentina, Gabriel lo encajó con humor: "Las estadísticas nunca me importaron, pero cuando Leo me quite el récord me va a doler un poquito", dijo entre risas. "Pero no me lo quita cualquiera, no me lo saca un normal, no, me lo saca un marciano. Eso me deja un poco más tranquilo", añadió el delantero argentino.

El momento: Wembley, 27 de octubre de 1999

Crédito: @bolgiavalero en Pinterest

Resulta doloroso e injusto tener que escoger un solo momento de la carrera de un jugador tan prolífico como Batistuta. Al fin y al cabo, 'Batigol' estuvo presente en multitud de momentos clave tanto para sus clubes como para su selección.

Sin embargo, hay una situación especialmente destacada que nos habla de la naturaleza del delantero argentino. Aconteció en la Champions League de la temporada 1999-2000; a diferencia de otros goles clave de Batistuta —como sus dos tantos ante México para hacerse de la Copa América de 1993 o el triplete en su debut con la albiceleste ante Grecia—, ese día 'Batigol' marcó para el equipo teóricamente pequeño.


Corría el mes de octubre de 1999; los viola debían visitar el estadio de Wembley para enfrentarse al Arsenal FC en un partido correspondiente a la fase de grupos. La Fiore había quedado encuadrada en un grupo tremendamente complicado: además de los gunners, los italianos tenían como rivales al FC Barcelona y el AIK Solna.

La Fiore llegó a Londres subestimada: el Arsenal jugaba en casa, y aunque su fase de grupos había sido bastante pobre —fue especialmente famosa su derrota por 2-4 frente al Barça—, el mundo aún consideraba favoritos a los ingleses.

La diana de 'Batigol' en el templo del fútbol inglés lo cambió todo. El gol que marcó el argentino en el minuto 75 dejó a los gunners en la cuneta, aupó a la Fiorentina a los octavos de final de la competición y dio ilusión a un club que al verano siguiente perdería de vista al delantero para siempre. Republicación de Vice.com

 

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